Yo soy de las que empiezan septiembre-octubre y es como si empezara una nueva era en mi vida, mucho más que enero y la llegada del año nuevo, no me preguntéis por qué. Será que el verano marca un antes y un después. El caso es que llega septiembre y se me pasa por la cabeza lo de apuntarme al gimnasio para, o bien recuperarme de los excesos veraniegos, o bien prepararme ya a conciencia para lucir palmito el año que viene ya que este año no lo hice al final, o simplemente para sentirme bien conmigo misma.
La cuestión es que me pasa esta idea por la cabeza y también se me pasa (y menos mal) la de si en realidad le voy a sacar partido o no. Debe ser porque alguna que otra vez ya estuve apuntada al gym y luego lo pisaba mas bien poco, pero pagar lo seguía pagando a fin de mes con la típica excusa y convencimiento de: “venga va, que para el mes fijo que sí que voy“.
Y claro, al final o iba muy poco o no iba nunca. Y ahora me duele la cabeza solo de pensar todo el dinero que invertí en el dichoso gimnasio. Por eso, antes de volver a caer en los mismos errores, es más que necesario plantearnos una serie de cuestiones.
Para empezar debemos saber el tiempo que podremos dedicarle al día y a la semana, para ver si nos compensa o no. Igual nos sale mejor pagar cada vez que vayamos a ir.
Hay qué saber cuándo vamos a ir, es más probable que si pretendemos ir después de trabajar estemos muy cansados y el sofá nos llame poderosamente a gritos.
¿Nos saldría mejor salir a pasear una hora al día o comprar una máquina para tener en casa y poder usar cuando nos apetezca? (Vale, para esto hay que tener mucha disciplina, lo se)
Siempre le sacaremos más partido si vamos acompañados que solos, si alguien tira por tí es menos complicado decir que no.
¿Qué grado de impilcación estamos dispuestos a tener?
¿Hemos consultado ya todas las ofertas de nuestros gimnasios más cercanos? ¿Nos compensa media jornada o tenemos que pillar jornada completa?
Imagen | psoeleliana