Aunque durante las últimas semanas los carburantes le estén dando una pequeña tregua a nuestro bolsillo, es innegable que los precios de los derivados del petróleo van aumentando a medida que pasa el tiempo. Y así seguirá la situación, no nos engañemos. Por eso, adoptar algunos hábitos al volante puede redundar en nuestro beneficio.
Una de las tácticas más ignoradas habitualmente por muchos conductores consiste en reducir la velocidad para ahorrar dinero. Eso es posible si tenemos en cuenta dos aspectos. El primero, que cuando accionamos el pedal del acelerador de forma obsesiva estamos abriendo el grifo del derroche. Y el segundo, que a medida que aumenta la velocidad de un vehículo, aumenta su demanda de energía.
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Está claro que para que el coche acelere debemos quemar carburante a no ser que estemos circulando cuesta abajo. Por eso, si reducimos nuestras ansias de ganar velocidad a toda costa reduciremos el gasto energético necesario para esa forma de actuar. En realidad, los pisotones que le propinamos al acelerador para conseguir una cierta velocidad instantánea pueden quedar en nada cuando contextualizamos nuestras acciones en el entorno del tráfico. Una mayor velocidad puntual no necesariamente supone una mayor velocidad media. Dicho de forma clara: no por mucho acelerar llegaremos más temprano. Así pues, ¿para qué vamos a quemar el dinero de nuestro bolsillo?
Por otra parte, tenemos que a partir de 60 km/h (aproximadamente, que de todo hay) el consumo se eleva porque la resistencia aerodinámica se convierte en la fuerza más importante que debe vencer el vehículo en su movimiento de avance. Por eso, un conocimiento adecuado de la potencia de nuestro coche combinado con el buen uso de la caja de cambios harán que baje nuestra factura de la gasolinera. Si aprovechamos al máximo la inercia de nuestro coche y cambiamos de marcha cuando el motor entrega su máxima fuerza, estaremos ahorrando sin sacrificar nuestra velocidad media, que es de lo que se trata.
Foto | Jalopnik
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